Dr. Antonio de la Torre Bravo
Expresidente de la AMEG
Endoscopista Hospital Metropolitano, México, D.F.

El conocimiento de la historia es el principio para la creación de una identidad.

Nadie pretenda llamarse endoscopista si no ha abrevado en las fuentes del origen de su especialidad y si no ha alimentado su conciencia con los triunfos y los fracasos de quienes lo precedieron.

La historia de la endoscopia camina por dos senderos: el de los hombres que soñaron con ver el interior del ser humano y el de los endoscopios, instrumentos en busca de la eficiencia. Ambos han caminado siempre paralelos, confundidos en un solo objetivo.

Hasta el siglo XVIII la capacidad de explorar visualmente las cavidades se reducía a la boca, la orofaringe, las fosas nasales, el conducto auditivo externo, la vagina y el recto. Los museos muestran instrumentos rudimentarios que permitían el acceso a los sitios más cercanos a la superficie del cuerpo.

El primer intento audaz para ver un poco más lejos fue de Philipp Bozzini, obstetra de Franckfurt, quien en 1806 publicó “El conductor de luz o descripción de un instrumento simple y su utilidad para la iluminación de las cavidades internas e intersticios del cuerpo animal vivo”. La mencionada utilidad debió ser limitada porque la fuente de luz era una vela, pero sin duda expresa una necesidad y un principio.

Por razones anatómicas, la laringe era el objetivo inmediato y diversos autores aprovecharon espejos para reflejar la luz del sol o de las velas, hasta 1850 cuando se iniciaron fuentes de luz artificial con una varilla de cuarzo. De aquella época destaca la anécdota de Manuel García, un cantante español que en 1854 tuvo el ingenio de ver sus propias cuerdas laríngeas a través de diversos espejos, tanto para reflejar la luz del sol como para obtener la imagen.

La endoscopia, con los criterios actuales, se inicia en 1865 con la publicación del trabajo de Antonín J. Desormeaux “El endoscopio y sus aplicaciones para el diagnóstico y tratamiento de las afecciones de las vías genitourinarias”. Este endoscopio tenía un recipiente con alcohol y trementina para humedecer una mecha colocada en el interior de un tubo, que más arriba se convertía en una chimenea. La luz concentrada por una lente se dirigía a un tubo lateral, perpendicular al primero con la función de acceso al órgano, y en el extremo opuesto estaba el ocular. Desconozco la utilidad práctica de este endoscopio, pero su relevancia aparece dos años después en manos de Kussmaul.

La personalidad científica de Adolf Kussmaul es evidente a través de sus variadas aportaciones a la medicina. Una de ellas fue la idea de utilizar a un tragaespadas para, en lugar de una espada, utilizar un tubo para demostrar la posibilidad de poder penetrar al aparato digestivo. Para tal objetivo diseñó dos tubos de 47 cm. de longitud, un circular de 13 mm. y otro elíptico, ambos con un obturador con punta roma que debía ser extraído una vez situado en el esófago, y utilizó la fuente de luz de Desormeaux. En realidad, ya se había intentado una experiencia similar por Campbell en Glasgow veinte años después, pero el tragaespadas se negó a completar el experimento. Por otro lado, ese mismo año ya se iniciaba la galvanoendoscopia en manos de Julios Bruck, quien utilizaba una fuente luminosa hecha con un hilo de platino incandescente, aunque sus modelos requerían enfriamiento y era necesaria una corriente de agua para explorar la vejiga urinaria.

Kussmaul hizo demostraciones en la Sociedad de Naturalistas de Friburgo y envió al tragaespadas a Zurich para continuar el estudio. No publicó sus experiencias, pero fueron registradas por sus contemporáneos.

Es justo considerar a Adolf Kussmaul como el Padre de la endoscopia y a 1867 como el año del nacimiento de la especialidad.

El resto del siglo XIX se caracterizó por la experimentación de diversos endoscopios, con éxito variable y la anexión de los avances tecnológicos propios de cada época. John Alwin Bevan en 1868 describió un esofagoscopio integrado por dos secciones y ya lo utilizó para el diagnóstico de tumores, estenosis y extracción de cuerpos extraños. Nitze y Leiter pretendieron crear un esofagoscopio similar al citoscopio que terminó en fracaso. Johan von Mickulicz-Radecki en 1880 creó un gastroscopio que en la punta tenía una angulación de 30° y pequeñas unidades ópticas articuladas, iluminación con un asa de platino sobrecalentada y la insuflación se lograba con una perilla. Él mismo describió la apariencia de una úlcera péptica y del carcinoma gástrico.

Para entonces, la técnica de preparación, anestesia, posición, introducción y exploración iban, poco a poco, sistematizándose para lograr la seguridad y la eficiencia requeridas.

La lista de creadores es larga y cada uno daba un paso adelante: Rosenheim, Rewisdoff, Loening y Stieda, Kausch, Collen y Grey, Kelling, Sussman y algunos más, fueron creando una especialidad que a principios del siglo XX estaba sólidamente sustentada.

Especial mención merece Chevalier Jackson, porque no sólo diseñó endoscopios rígidos de enorme eficiencia que se utilizaron en la primera mitad de este siglo y sistematizó la exploración de las vías digestivas altas y respiratorias, sino por la gran influencia que tuvo en la endoscopia mexicana. Su libro “Broncoscopy, esophagoscopy and gastroscopy” es una obra maestra digna de lectura obligada.

Hacia el primer tercio del siglo XX las limitaciones de la endoscopia eran las complicaciones propias de los instrumentos rígidos, la complejidad de la técnica y la exploración incompleta del estómago. El siguiente paso correspondió a Rudolf Schindler. En 1923 escribió su clásico “Lehrbuch und atlas der gastroskopie” muestra del más alto refinamiento en la endoscopia de su época y ya había diseñado un endoscopio rígido. En 1928, Schindler inició el proyecto de un endoscopio flexible junto con George Wolfry, es interesante que para entonces ya poseía el conocimiento de las posibilidades de la fibra óptica, pero era técnicamente irrealizable. Creó un endoscopio con una porción rígida y una porción flexible de 24 cm. integrada por 31 lentes que transmitían la imagen a través de un arco de 34° y lo presentó en Munich en 1932. Con este aparato la endoscopia tuvo un enorme impulso porque alcanzó mayor seguridad, más facilidad en la técnica y mejor imagen.

En 1948 Edward Benedict aportó el conducto de operaciones y ya fue posible la toma de biopsias. Cameron hizo mejoras notables al lograr un ángulo de visión de 45°, buena iluminación, mayor flexibilidad y adecuada protección del sistema eléctrico. El endoscopio de Eder, de excelente manufactura, fue la conclusión de una época. El momento más esplendoroso estaba por llegar.

El endoscopio de fibra óptica ya venía gestándose desde 1928 en la mente de Heinrich Lamm y en 1957 Basil Hirschowitz mostró al mundo asombrado un endoscopio totalmente flexible, con visión lateral, con un ángulo de visión de 34°, de 11 mm. de diámetro y la imagen era conducida por un haz de 150,000 fibras de 11 micras de diámetro. Comenzó la época moderna de una endoscopia no sólo diagnóstica, sino terapéutica. Hirschowitz en su propio laboratorio experimentó diversos tipos de fibras y diseño un acomodo congruente.

En los siguientes años ocurrió un rápido perfeccionamiento agregándose un conducto de operaciones y de movilidad distal en cuatro sentidos. El duodeno se alcanzó con facilidad y en 1968 el ámpula de Vater fue canulada por William S. McCune. La exploración del colon en un informe preliminar por Turell en 1963 y la colonoscopia total por Provenzale en 1966 fueron un paso adelante y, luego, la polipectomía se convirtió en un procedimiento seguro. En 1974, la esfinterotomía endoscópica abrió la terapéutica de las vías biliares en las manos de Classen y Kawai. Desde entonces, cada procedimiento diagnóstico y terapéutico tiene su propia historia.

En 1983, cuando el fibroscopio alcanzó la vecindad de la perfección y en apariencia había poco que agregar, Sivak y Fleischer informaron el nacimiento de la endoscopia electrónica, cuyo cambio fundamental es la substitución del haz de fibras congruente por un microtransistor fotosensible. Ese simple cambio transforma completamente las funciones y las capacidades del endoscopio y lleva a la endoscopia a un nivel insospechado. Ese es nuestro presente. Ya no es necesario desempolvar legajos, basta leer cualquier revista especializada porque de este capítulo, nosotros somos los protagonistas.

Evolución de la Endoscopia en México

La endoscopia se inició en México a principios de este siglo. Desconozco en manos de quién y cuándo se efectuó la primera endoscopia en nuestro país. En la Gaceta Médica de México en 1919 el Dr. Pedro P. Peredo describe con preciosura una esofagoscopia realizada el 12 de diciembre de 1917 en una paciente con posible acalasia; seguramente no fue la primera en sus manos, porque por el contenido implícito del texto se sospecha experiencia previa y no asienta en el mismo que es la primera en México.

Diez años después, en 1929, en Medicina, revista científica mensual, apareció el artículo “La endoscopia en enfermos del esófago y del estómago. Informe del Dr. Ayala González de los trabajos verificados en el pabellón 19 del Hospital General”. Dicho artículo es una crónica de la creación de los primeros pabellones en el Hospital General de México y en especial del pabellón para enfermedades del aparato digestivo y de cómo se efectuaron las primeras endoscopias en ese hospital. Ciertamente, no fueron las primeras en México, pero sí fue el principio de la Gastroenterología y de la Endoscopia Mexicanas. En los siguientes años aparecieron otros artículos acerca de la gastroscopia, de la extracción de cuerpos extraños y de la peritoneoscopia en la palabra del Dr. Ayala González y luego de sus seguidores.

Las conferencias dentro de los congresos de gastroenterología y en cursos de graduados eran esporádicas. En la década de los años cuarenta ocurrieron dos hechos que considero trascendentes: uno fue el curso impartido por el Dr. Chevalier L. Jackson practicando con perros en el Servicio de Broncoesofagología del Hospital General de México, cuya fecha exacta desconozco, y el otro es la traducción al español del libro “Broncoscopia, esofagoscopia y gastroscopia” de los doctores Jackson, efectuada por el Dr. Pastor B. Molina Castilla en 1945.

En 1946, el Dr. Enrique Santoyo Rodríguez regresó a México después de sus estudios con Bockus y con los doctores Jackson y fundó un modesto departamento de endoscopia en la Clínica 11 del Seguro Social y en 1948 se trasladó al Sanatorio 2 del mismo Instituto. Finalmente, fundó el Servicio de Endoscopia del Centro Médico La Raza.

En 1953 llegó a México el Dr. Gustavo Serrano Rebeil, después de concluidos sus estudios con Benedict e inició una escuela de endoscopia en el Instituto Nacional de la Nutrición. También participó en actividades junto con el Dr. Santoyo en el Sanatorio 2 y en el Hospital de la Raza y prestó sus servicios en el Hospital de Hacienda, en el Hospital Rubén Leñero y en el de la Cruz Roja.

En los siguientes años, florecieron los grandes servicios de endoscopia, como el del Hospital Infantil de México, con los doctores Eduardo Echevarría y Antonio León Díaz; el del Hospital General del Centro Médico Nacional, con el Dr. José Ramírez Degollado; el del Hospital 20 de Noviembre, con el Dr. Ramón Boom Anglada y el del Hospital Central Militar, con el Dr. Rubén López Reyes. El Dr. Rafael Tinajero Ayala, se estableció en el Hospital General de México.

El momento más importante de la endoscopia mexicana ocurrió el 28 de agosto de 1970: La fundación de la Asociación Mexicana de Endoscopia Gastrointestinal. El Acta Constitutiva fue firmada por los doctores Ramón Boom Anglada, Rubén López Reyes, José Ramírez Degollado, Fernando Torres Valadez, Javier Elizondo Rivera, Alberto Ragazol Barbey, Rafael Tinajero Ayala y Carlos Varas Reyes. El Dr. José Ramírez Degollado fue el primer presidente y en noviembre de 1971 se efectuó la 1ª. Reunión Nacional de Endoscopia Gastrointestinal en la Unidad de Gastroenterología del Hospital General de México. La asistencia fue reducida, pero selecta: los trabajos fueron escasos, pero entusiastas.

En 1974 se efectuó en México el V Congreso Mundial de Gastroenterología y el III Congreso Internacional de Endoscopia Gastrointestinal. La Asociación Mexicana de Endoscopia Gastrointestinal fue protagonista fundamental del acontecimiento.

En 1989 apareció el primer número de la revista Endoscopia con la actividad editorial del Dr. Manuel Marañón Sepúlveda y de quien esto escribe, ahora bajo la dirección del Dr. Santiago Gallo Reynoso.

Es un hecho de vitalidad indiscutible que desde 1971 las Reuniones Anuales se han efectuado con éxito creciente y la revista Endoscopia ha aparecido cada trimestre, en forma ininterrumpida desde su creación.

Hoy, las imágenes del Dr. Pedro P. Peredo y el Dr. Abraham Ayala González lucen difusas, la Fundación de la Asociación parece épica, algunos fundadores han alcanzado niveles superiores, otros han abandonado la especialidad, pero la Endoscopia Mexicana sigue escribiendo páginas espléndidas y fortalecida, penetrará al siglo XXI.

Lecturas recomendadas

  1. De la Torre BA. Breve historia de la endoscopia. Crónica de una hazaña. Rev Gastroenterol Méx 1987;52:179-186
  2. De la Torre BA. Evolución de la endoscopia en México. Rev Gastroenterol Méx 1995;60 (Supl):38-43.
  3. Peredo PP. Importancia clínica de la esofagoscopia como medio de diagnóstico de la estenosis del esófago. Gac Méd Méx 1919;1:170-179.
  4. Ayala GA. La endoscopia en enfermos del esófago y del estómago. Medicina 1929;9:325-334.
  5. Ayala GA. La gastroscopia en México. Rev Gastroenterol Méx 1937;2:87-110.
  6. Ayala GA. Cuerpos extraños en el esófago. Rev Gastroenterol Méx 1937;2:497-518.
  7. Ayala Ga. La peritoneoscopia en México. Rev Gastroenterol Méx 1939;4:331-362.
  8. Jackson C. Jackson CL. Broncoscopia, esofagoscopia, gastroscopia. Imp. Aldina Robredo y Rosell, S.R.L. México, D.F., 1945.
  9. Cerecedo CVB. Cerecedo OJF. Endoscopia: origen y estado actual en el Hospital General de México, S.A. Acta Med 1992;213:71-78.
  10. Ayala GA. Historia de la gastroenterología. La gastroenterología en México. Rev Gastroenterol Méx 1951;16:267-279.